sábado, 5 de abril de 2014

Porque estamos aquí para ser felices


Qué fácil suena el título, y qué difícil es conseguirlo, ¿verdad? Pues bien, esta noche me siento con ganas de demostrar que nada es difícil, si le pones ganas, y tampoco lo es llegar a ser feliz.

Lo básico es, dicho desde ya, ser desprendidos, y no tenerle apego a lo material. Ni a los deseos de uno mismo. Es coger lo que tienes, mirarlo con cariño, sacarle todo lo mejor que se pueda sacar, y sonreír.

¿Qué sentido tiene buscar la felicidad fuera de lo que ya tenemos? Familia, amigos, pareja, estudios… Todo eso tiene que significar algo más que una manera de ocupar nuestro día, y creo que somos demasiado rebuscados si no lo vemos así.

Yo soy feliz desde el día en que nací. Desde que abrí mis pequeños ojos, dentro de mi cara rechoncha, y vi primero al médico, que no cuenta, pero luego a mi madre, que acababa de sufrir lo indecible para traerme a la vida. Y después a mi padre, que quizás me veía como un gasto más en la casa, pero sumaba a su ya inmensa capacidad para querer, un poquito más, haciendo sitio para mi.

Mis amigos… pocos, pero buenos. Estén donde estén, y sobre todo si los echo de menos, solo puedo sacarles virtudes. Y también cuando los tengo delante, que no os quepa duda. Tengo a los mejores amigos del mundo. No importa la cantidad sino la calidad. Y puedo decir que los míos, empezando desde los que llevan más tiempo a mi lado, hasta los que más tarde se han incorporado, son lo mejor que me ha podido pasar en la vida. Quiero darles a todos las gracias, porque han sido un pilar fundamental para que quiera despertar cada día con una sonrisa en la cara.

Mi novia, que me quiere mucho y me aguanta más cada día. Todas mis bromas, mis formas de sacarla de quicio, incluso mis “mordiscos” cariñosos (diga lo que diga ella, son cariñosos y fijo que no duelen tanto como dice). Me enseña, con lo bueno y con lo malo, a ser mejor persona.

Los estudios… En fin, me enseñan. Y este curso me he dado cuenta de que cuando los coges con gusto y ganas, son un interés más de mi vida. Y disfruto, siempre que me es posible.

No me puedo olvidar de eso material que me hace olvidarme un poquito de los “sufrimientos” diarios, y que mayormente disfruto durante el fin de semana: el coche. Es una gozada conducir, donde haga falta. Tú pon la pasta necesaria para llevarte y yo, siempre que pueda, lo haré. Es increíble lo que impone un coche, y más pensar que es tuyo, que eres capaz de conducirlo, mantenerlo, e incluso cogerle cariño. Aún no le he puesto nombre, así que se admiten sugerencias.

Bien… Dicho todo esto, podéis comprobar cuánto de importante son las cosas materiales frente a las personas, y qué puedo añorar que no tenga ya. Una familia grande, y buena. Unos amigos que más bien siempre tiendo a mirar como si no me correspondieran. Una pareja que adoro, y que me quiere mucho. Unos estudios a los que me debo, y que muchas veces responden para enseñarme cosas entretenidas. Y mi coche, que me permite alejarme de todo si algún día me sobrevienen cosas que no pueda aguantar.

No hace falta nada más, incluso podría prescindir del coche, el móvil, el ordenador... Siempre tengo lo que me hace feliz a mano, y es que no necesito buscar lo que llevo años teniendo, que son las fuentes de mi felicidad. Y tengo mucho que agradecer, por supuesto que lo tengo, a quien sea que vele por nosotros, donde quiera que esté. Conmigo se pasó desde el primer día, y solo espero seguir contando con su ayuda para que no deje de darme cuenta de todo lo que tengo, que sois, en definitiva, vosotros, los que leéis.

Para terminar, y por si os sirve de consejo, solamente quiero que veáis que todo lo que tenemos cuenta, y que seguir buscando “felicidad”, y más si es material, no va a llevarnos más que a querer más cosas inútiles. De verdad, que todo lo que necesitas para ser feliz te lo dan las personas, y no las cosas. Y con las personas puedes hablar, reír, llorar, confesar secretos… Y te harán todas ellas mejor persona.

“La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán”. Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sido así: “el humano se pasa la vida buscando la felicidad sin saber que la trae consigo”   

sábado, 15 de marzo de 2014

Evita ser uno más: diferénciate y destaca


Juzgar sin saber, opinar sin entender, y criticar sin conocer, son, sin duda alguna, las peores lacras que han podido afincarse en la mente del ser humano. Es tan fácil, y cuesta tan poco hacer las cosas mal… Que no nos preocupa nada lo que podamos estar perdiendo, lo que podamos estar hiriendo, o la injusticia que podamos estar creando o fomentando. Y nadie, absolutamente nadie, querría ser objeto de juicios injustos, opiniones sin fundamento y críticas gratuitas. Nadie. Ni tú, ni el de al lado, ni el de más allá, y mucho menos yo mismo.

Por tanto, ¿cómo podemos actuar en estos casos? Creo que no podríamos empezar de mejor manera que diciendo una verdad como un templo, y es que la gente es complicada.

Yo soy complicado, pero solamente si le buscas tres pies al gato. Mientras no hagas cosas raras, no hay problema. Sin embargo, si te equivocas conmigo, es cuando florecen mis instintos rebuscados, y uno de ellos es el de querer darle a todo su sentido racional, realista, para poder llegar a comprender qué se esconde más allá de gestos, palabras… Cualidad o no, suelo tender a entender bien qué ocurre a mi alrededor, y cómo compaginar aquello con mi día a día.

Entiendo el contexto pero no puedo prever cómo actuarán las personas, simplemente manejo mi vida, mis pensamientos, mis críticas bien construidas, y me alejo de la facilidad del ir por detrás, meterme donde no me llaman y “hacer a los demás lo que no me gustaría que me hicieran a mi”. Y es, siendo lo que soy hoy en día, de lo que más me enorgullezco. Porque no caigo en la descalificación gratuita, incluso la justificada me cuesta. Es difícil sacarme de mis casillas porque, mis 7 hermanos y las experiencias, van forjando mi carácter.

En todos lados encontrarás personas malas. Las hay donde menos te lo esperas, es lo “mágico” del ser humano. ¿Qué caracteriza a dichas personas? Lo fundamental es la falta de personalidad, unida a una gran inseguridad interior. No hay nada peor que creerse un don nadie, no saber por dónde tirar, y buscar aceptación allá donde se vaya. En cierto sentido no es culpa íntegra de la persona en sí, pero todos tenemos el poder de forjarnos a nosotros mismos, por lo que, creo yo, no hay excusa posible para no mejorar.

¿Qué puedes hacer tú si quieres mejorar como persona? Sé tú mismo, y opina una vez entiendas las cosas que se te plantean, una vez escuches las dos partes de una versión, o la que te falta si tú formas parte de la discusión. En otras ocasiones es un tratar de ponerse en la piel de la otra persona para ver cómo reacciona a los estímulos que nosotros le proporcionamos. Podría deciros que esto se me ocurre porque es básico para crecer como persona, pero en estos casos aflora más el miedo a que hagan con uno mismo lo que uno puede llegar a hacer con otras personas, y entonces entra en juego un instinto natural, no sé si llamarlo de supervivencia, que hace que piense las cosas dos o más veces antes de caer en un gravísimo error.

Es sencillo de ver: si tú eres considerado, si eres correcto y actúas por delante, lo que otros puedan querer decir por detrás, equivocados y sin más ánimo que satisfacer el vacío que tienen en sus vidas, no supondrá un problema. Llevo aplicando varios años este modo de ver las cosas, y me da resultados increíbles. Puedo decir que tengo una gran mayoría de amigos, si no todos, que son conmigo como yo soy con ellos, y eso se consigue con esfuerzo y con personalidad. Mientras no tengas esa personalidad única, particular, ese ser tú mismo, vagarás por todos lados buscando carroña, aceptación barata, y perdiéndote en todos los aspectos.

Que sea duro de ver no quita todo lo real que es. La vida nos trata como nosotros la tratamos a ella. Un equilibrio perfecto que, si bien a veces tarda en llegar, nunca decepciona, y ningún esfuerzo es en balde. No hay nada más injusto que actuar mal con una persona que va de frente, con sinceridad y sencillez. Eso es como clavarle un puñal por la espalda a la persona a la que más quieres. Aunque, a veces, las mentes humanas crean capas, escudos protectores frente a los dilemas morales y las dudas razonables sobre las acciones que llevamos a cabo. Hay que tener cuidado de no acabar en un búnker mental, sin posibilidad de discernir entre lo que, por naturaleza, es bueno o es malo.

¿Mi consejo? Pegarse a gente que merezca la pena. Y la verdad es que a esa gente se la ve de lejos. O al menos me parece que es así. Hay diferencias sutiles entre alguien turbio, oscuro, y alguien claro y directo, que están presentes incluso en la mirada. Las personas con virtudes y mucho que compartir vienen con una sonrisa y un aura de sensación de tranquilidad y seguridad que se contagian enseguida. Y llena mucho, incluso solamente el tener a ese tipo de personas cerca. Yo creo que el mejor consejo que puedo dar se divide en dos: en primer lugar, la reflexión y el aprendizaje a base de observar a aquellos que consideramos buenas personas; y, por otro lado, la constancia en la lucha diaria por no cometer errores, juzgando con sabiduría, y con el factor de la presunción de inocencia hasta que algo tangible, contrastable, y real, nos haga tener un juicio claro. Si se siguen estos dos “consejos”, difícil será equivocarse.

Y muchas veces, para terminar con esta entrada, lo que sin duda diferencia a LA persona es que, aun pudiendo juzgar y demostrar su razón frente a las equivocaciones del resto, calla y sonríe, y sigue su camino, alejándose de cualquier foco de problemas o ambiente que no proporcione nada de bienestar.

domingo, 2 de marzo de 2014

Ella


Esta es, sin duda alguna, la entrada que mejor quiero que salga. En ella os voy a presentar y a desgranar a la persona más importante de mi vida, y creo que de la vida de toda mi familia. Un día llegué a escribir que el mejor amigo es el que no se hace de notar, pues bien, en este caso, y de forma análoga, la mejor persona del mundo es la que pasa desapercibida para todos, la que no acapara foco alguno, y con la que cometemos muchas veces el error de no reconocer toda la gran labor que hace día tras día desde que empezó lo que yo llamaría su “aventura”.

Esa persona es mi madre.

Quiero mucho a mi madre. Mucho más de lo que jamás llegaré a querer a ninguna otra persona. Sin ella, no sería nada de lo que soy hoy en día. Sin su atención, su dedicación, su mano dura, y su dulzura en los momentos necesarios. Si algo quiero llegar a ser en mi vida es la mitad de bueno que ella, un cuarto de inteligente, y otro cuarto de fuerte. Fuerte, porque ser madre siempre es duro. Inteligente, porque manejar una casa con 8 hijos no es tarea fácil. Y buena porque, aunque su papel sea el de hacernos la vida un poco menos “comodona”, todo lo que hace en su día a día es lo mejor para todos, y por consiguiente para ella.

Es una sufridora nata. No he visto a nadie hacer tantas tareas de la casa como a ella, ni interponerse entre un hijo y sus “deseos” de fregar para hacerlo ella. Ha cogido personas imperfectas, que van dando tumbos durante su época de desarrollo y crecimiento, y las ha convertido a todas en personas hechas y derechas. Y con la otra mano ha ayudado a su marido, para que llegue a ser quien es hoy.

Todas las madres, y por ende las mujeres, tienen muchísima más fuerza de la que nosotros, los hombres, y los hijos, jamás podríamos imaginar. Son una especie de superheroínas, y creo que incluso este término se quedaría corto.

Es la mejor. Lo siento por vosotros, pero es algo que no es negociable. Y, como de costumbre, expongo argumentos para demostrar lo que digo.

Cuando hay comida rica pero una parte “menos rica”, es la primera en cogerla. No nos hemos ni sentado a la mesa y ya vemos que falta ese trozo de pescado lleno de espinas. Se empeña en hacerle la competencia a mi padre en este aspecto.

Cuando hay que recoger, mi madre jamás en la vida se escaquea. La primera que se levanta y la última que se sienta. Mientras todos podemos estar disfrutando, descansando, o lo que sea que hagamos  después de comer, mi madre está fregando y limpiando la cocina.

Es una mujer que, a sus años (sean los que sean), sigue pareciendo tan joven como si tuviese 20. Tiene su carácter, y muy fuerte, pero… ¿quién en su situación no? Tengo un padre que está a mil cosas, mi otra inspiración de cara al futuro, y que digamos que eligió primero entre ser poli bueno o poli malo en casa. Mi madre, por tanto, volvió a escoger ese trozo de carne con nervio, difícil de comer, y que no está tan rico como el trozo más jugoso. 

Y ahí sigue, casi 40 años después, al pie del cañón y con la misma filosofía de no dejar que nos acomodemos ni en el sofá de casa. Cada vez que puede, se acerca al salón, pone voz de “aaaay cómo desperdiciáis vuestra vida” y nos lanza frases que llegan directamente a nuestra conciencia. Solamente las suyas llegan tan profundo y siempre dejan huella. Es un talento natural, y no hay escudo que no penetre. ¿Y qué hacemos nosotros? Nos enfadamos con ella, como si lo que dijera no fuese verdad. Pero la realidad es que si nos duele es porque es muy pero que muy cierto.

Es peculiar, en el buen sentido de la palabra. Para nosotros siempre lo mejor, sea lo que sea, y para ella lo menos caro. No lo entiendo. Pudiendo comprarse de vez en cuando algún capricho, tiene que ser su marido quien lo haga o, en su defecto, sus hijos. Calcula el dinero para ella como si fuese un bien escaso (no me malinterpretéis, lo es, pero mi madre tiene la suerte de haber obtenido mejores frutos de su trabajo), y siempre tiene sus cuentas mentales hechas. Casi diría que le cuesta llegar a fin de mes.

Trabaja en silencio, sin levantar sospechas, podríamos decir. Hace las cosas tan bien y siempre con tanta constancia que parece que no haga nada. No me malinterpretéis, es trabajadora como ella sola, pero muchas veces da la sensación de que, como lo vemos tan normal, tan… ¡Que parece que no le cuesta! Pues… No lo apreciamos.

Y qué decir de lo que quiere y apoya a mi padre. Qué sería de él de no haber tenido a esta “supermujer” en su vida. Siempre tendemos a reconocer lo que mi padre hace, que es extraordinario, y muy meritorio, porque él ha conseguido llegar a ser quien es gracias a su talento, a su dedicación, pero también en gran parte gracias al equilibrio y seguridad que le proporciona mi madre. Repito, hace las cosas que parece que no las esté haciendo, y no solo eso sino que, además, nunca se apunta el mérito.

Aunque pueda intentar esconderlo, está claro que quiere, como todos, cariño. Y muchas veces me siento muy mal cuando no reacciono como debo delante de ella. Es un comportamiento tan egoísta y tan desagradecido... 

Como ya he dicho es una mujer con un carácter muy fuerte, pero porque le ha tocado ser así. Ojalá no tuviera que serlo. Aun y todo la quiero como a nadie, y la respeto muchísimo, a ella y a todas las cosas que salen por su boca, bien sean pequeños halagos, o la más sincera de las críticas. Sé que siempre dice lo que considera lo mejor para nosotros, y que jamás nos aconsejaría nada que previamente no se fuese a aplicar ella misma. Igual que dice que nunca nos daría nada de comer que ella no hubiera comido primero. Qué raro, todo lo puedo aplicar a la comida…

Seguiría diciendo mil y una cosas más sobre ella, porque las tengo todas grabadas en el corazón, pero es que… En su caso es difícil decir todo aquello que considero un mérito y un motivo para sentirme orgulloso de tenerla como madre. Yo lo sé, pero digamos que es como la fe. Está ahí, dentro de nosotros, y no dudamos nunca de ella, pero muchas veces no es fácil de exteriorizar con las palabras adecuadas. Y en parte, o todo, no me gusta no poder definirla, porque me crea una sensación de inseguridad que no me deja tranquilo. Creo que es más fácil que la gente del exterior pueda dar una definición más o menos aproximada de ella, a que seamos nosotros, su familia, quienes lo hagamos. Espero poder ser en la vida igual de humilde y pasar tan desapercibido como ella, pero haciendo siempre las cosas bien, como hace ella.

Todo lo que diga se queda corto, todo lo que diga es poco, para tanta madre que me ha tocado. Se conforma con ver las sonrisas, con notar las alegrías de los demás, y eso la hace feliz. Hijos, cuñados, sobrinos, nietos, suegros, hermanos, amigos... Siempre haciendo feliz  a todo el que la rodea. Pero nunca quiere nada para si misma.

Es sorprendente, y a la vez un enigma. 

Y lo tengo claro: quiero aprender y ser lo más parecido posible a lo que su figura representa para mi: todo lo bueno, habido y por haber, y la más perfecta de las perfecciones. Y aun así rompe la regla de que “la perfección es aburrida”, porque siempre encontrará algo con lo que mantenernos despiertos, aunque yo lo llamaría más bien “sacarnos de quicio”. Y no estoy diciendo con eso que no tenga razón, porque es más bien todo lo contrario. Siempre tiene razón en lo que dice, y consigue dar en el clavo sobre aquello que ve que tenemos que mejorar y que, nos guste o no, nosotros también sabemos que deberíamos mejorar.

Por esto, y por mucho más: gracias por todo, mamá.

Juan


jueves, 27 de febrero de 2014

De la penitencia, la moral, la justicia, y el insomnio a las 4 de la mañana.


No puedo dormir. La mente racional lucha contra los sentimientos que me invaden cada vez que me quedo solo, y me pongo a pensar. Son tantas cosas… Y tan poca la capacidad para darle una respuesta razonable… Supongo que la vida está llena de sinsentidos y que otros, igual que puede pasarme a mi, actuarán sin ningún tipo de lógica o pauta preestablecida.

Lo difícil está en poder acallar todo lo que te viene a la cabeza cuando no eres capaz de soportar que las cosas pasen de la manera en que pasan. Pensad, en cualquier situación, cualquiera en la que os hayáis visto implicados y que no fuese vuestra culpa. ¿Cuál fue vuestra reacción? Si todos somos parecidos al menos en ese aspecto tan irracional, no me queda otra que decir que la tónica general es ponerse hecho una fiera, y querer cargarnos lo que sea que nos ha producido la injusticia, al menos aquellos que consideramos injusticia desde un punto de vista subjetivo.

Yo soy el primero que levanto la mano y digo que sufro ese tipo de cosas. El mundo está lleno de injusticias, si no decidme por qué unos pocos selectos, a base de enchufes y chupar culos, han escalado en el ámbito político y están ahora llenándose los bolsillos, ya no menciono si legal o ilegalmente, a costa de aquello que a los contribuyentes les cuesta tanto sudor conseguir. Y muchas veces teniendo un único papel de votar para conseguir que algo del partido salga adelante.

Y es que así es la vida señores. Llena de multitud de injusticias, decepciones, rabia, frustración… Yo diría que es más fácil sentir aquello que surgió como contraposición a todo lo positivo que existía en los inicios del ser humano. Dios sabe dónde se esconden ahora la justicia, el sentirse orgulloso, la alegría, la satisfacción… Lo bueno es que cuanto antes te hagas a la idea de que el mundo es como pegarse contra una pared de piedra fría, antes podrás ver qué haces con ella, y si puedes evitarla o incluso sacarle algún rendimiento.


El fallo que existe en este mundo, aunque suene duro, es la libertad. La libertad tiene todo lo bonito que os podáis imaginar, y es un derecho fundamental. Nadie niega que tenga un aspecto positivo, y mucho además. Sin embargo, bajemos de nuevo al mundo real. ¿Qué vemos? Que prima más hacer ese uso de la libertad para sobrepasarse, para ir más allá de los límites morales, por el mero hecho de que somos libres y podemos acallar la conciencia, burlar al brazo jurídico del Estado, y hacer casi lo que nos venga en gana. Y eso es fruto de nuestra libertad mal utilizada.

La libertad, entendida como tal, es el poder hacer lo que uno quiera sin imposiciones externas. No obstante, en el momento en que entramos en sociedad, en contacto con otros, ese “lo que uno quiera sin imposiciones externas” tiene que ser retocado, ya que no podemos hacer lo que nos venga en gana si ese actuar libremente perjudica a alguien que no tiene nada que ver con aquello sobre lo que tu libertad quiere actuar. Eso es algo que muchos se niegan a ver, y se escudan, e incluso acallan conciencia y moral, ambas fundamentales para poder ser una persona buena. No hablo de religiones ni de política, hablo de la bondad. Porque se puede ser de izquierdas y tener un corazón enorme, y ser de derechas y que ello no implique que no se respete al resto o que se sea autoritario. Por encima del cumplimiento de las normas que hemos ido positivando están, sin duda alguna, moral y conciencia.

El defecto que tenemos los que pensamos mucho con la cabeza, con el lado más racional, es que no tenemos en cuenta, al menos del todo, el más que posible y actualmente extendido parámetro de una mente ausente de valores morales innatos, acallados y eliminados por conveniencia y como consecuencia de una vida bastante poco sana. Y como no entendemos que alguien pueda desprenderse de lo básico, que no se enseña en ningún lado, si no que se siente en el corazón, pues nos preguntamos una y otra vez cómo puede haber tanta mala gente en todos lados.

Repito, que los que podemos llegar a la conclusión de que alguien no es buena persona no lo hacemos con base en valores temporales, como son ideología o religión. Pensamos únicamente en la moral, atemporal, y una moral bastante lógica, aplicada a los casos más extremos que nos conduzcan a las respuestas más sinceras y desnudas, ante las cuales no nos quede otra que reconocer nuestro error o que nuestro planteamiento principal es falso, demagogo, e hipócrita.

En la vida hay un antes y un después. Bueno, en realidad puede haber cientos de ellos. Eso nos hace ver la facilidad con la que nos podemos equivocar, sea en un sentido propio o como consecuencia de algo externo. Cada vez que caemos en algo que nos hace daño, tenemos la capacidad de olvidar todo lo aprendido y seguir el nuevo camino que nos ofrece el tropiezo, o simplemente ir sumando experiencias a las ya vividas, pudiendo evitar tropiezos con piedras que ya sepamos esquivar.

Sin embargo, hay dos cosas sobre las que quizás nunca pensemos cuando nos pasa algo así. Y hablo sencillamente de un “examen de conciencia” y de una posterior y fundamental penitencia.

El examen de conciencia nos ayuda a mejorar en esos aspectos que nos han llevado a la situación crítica que provoca el “antes y después”. Es la reacción ante ese hecho trascendental la que nos hace volver atrás en el pasado y ver dónde nos equivocamos, en qué momento, con quién, y cuál fue nuestra “reacción cerebral”. Todo ello permite que podamos blindarnos un poco más, como si de una versión de prueba se tratara el ir creciendo en edad y mentalidad. A cada año que pasa, una versión “beta”, o una nueva actualización. Al fin y al cabo, los sistemas operativos lanzan actualizaciones conforme recopilan informes de errores y les dan solución. Así somos, señoras y señores, un hardware con patas, con un software constantemente en crecimiento.

Después de ese examen llega la penitencia. Se puede entender en dos vertientes. La primera es la que tiene como culpable material del hecho causante a nosotros mismos. Esa penitencia es bien merecida, un castigo justo por los errores cometidos. Luego está la penitencia a causa de acciones que nos tienen como objetivo a nosotros. Ante esas acciones, y tras el oportuno examen de conciencia, solo nos queda sufrir y reaccionar ante las puñaladas y decepciones que podamos sufrir en nuestro grande pero frágil corazón. Y sinceramente duelen más que las primeras.

Duelen más. Por el factor externo que ello conlleva. Yo puedo cometer un error, y sufro, pero sé que lo voy a cambiar, si es que soy de los que quieren buscar el bien mío y de los que me rodean a la vez. Si soy egoísta, entonces me salto esta parte y todas, y que le den un rato al mundo, claro que sí. Pero si es otro el que te hace daño, pueden darse mil factores, entre los que se encuentran el egoísmo de la persona que hiere, o el desconocimiento, o la falta de intenciones de cambiar, la falta de madurez, y muchas otras, que nos hacen sufrir, porque no controlamos el proceso e, instintivamente, tendemos a fiarnos más bien poco en aquellos casos en los que, injustamente, se nos hace daño.

Es muy duro, y lo sabréis todos, que os hagan daño sin tener motivos. Daño injusto, daño traicionero. Es una penitencia la que hay que cumplir que por narices hay que pasarla, pero duele y escuece más que cualquier otra. ¿Por qué tengo que dejar que todo siga adelante? ¿Por qué no puedo yo tomarme cierta justicia por mi mismo? Pues porque la vida no va así. Y creedme, he tenido posibilidades más que cercanas de hacer daño a quien se lo merece, pero creo que no me toca a mi. Sumadle este sentimiento de rabia e impotencia a la penitencia, que ya era dura de por sí, pero con esto se vuelve aún más divertida.

Penitencia. Es como que te fractures la pierna y no puedas moverte. Sabes que quieres hacer algo para ir recuperándote pero no hay manera, y solo puedes quedarte impotente esperando a que se cure, y que puedas volver a andar, para saber que no vas a volver a hacer aquel deporte, aquel salto, aquel juego… que te han llevado a causarte daño.

Creo que es suficiente. Os doy un simple consejo y es que, siempre que podáis, le quitéis hierro al asunto. Si sois vosotros la causa, haced todo lo que esté en vuestra mano por cambiar, y hacedlo para demostraros a vosotros que podéis ser mejores. Si es otro quien os hace daño, dejad que el agua fluya en el río, porque, tarde o temprano, todo vuelve, y nada pasa desapercibido. Llamadlo karma, o justicia etérea. Pero estad seguros de que una situación injusta tiene que volver a su ser normal, y si se ha desajustado por vuestro lado, tendrá que “castigar” a la otra parte de la balanza.

Gracias por leer.

domingo, 16 de febrero de 2014

Querer no es cosa de niños



Creo que esta entrada es bastante acertada dada la fecha que hemos vivido hace un par de días: San Valentín. Quien crea en cuentos de hadas y en las cosas que aparecen en tres cuartas partes de las películas de amor, que no lea esto porque puede que le de una ceguera romántica y deje de ver las cosas de manera imaginaria y empiece a ver la cruda y dura realidad.

El amor es bonito, sí, pero lo es el tiempo justo como para darte cuenta de que no va a ser fácil durante la mayor parte de tu vida. Si ya sabías que esto era así, entonces enhorabuena, porque vas a poder manejar de la mejor manera posible la relación en la que estés o vayas a estar. Las cosas no son fáciles, casi en ningún momento.

No hay dos personas que estén hechas la una para la otra, eso son palabras bonitas que se dicen cuando se intenta impresionar a alguien. Se tiende a creer en algo llamado “amor” para hacer más dulces momentos duros, o para no ver la vida de una manera demasiado realista, que pueda derrumbar a las personas que no estén preparadas para asimilar que la vida no es un cuento ni nosotros somos los personajes principales.

Vivir, de por sí, es bastante duro. Algunos lo pueden hacer con más facilidades, es decir, con menos problemas económicos que, aun sabiendo que no dan la felicidad, facilitan que gran parte de la pirámide de Maslow esté cubierta. Claramente, muchas de esas personas con dinero sufren, porque aun teniendo todo lo que quieren, hay cosas que no puedes tener solamente queriéndolas, ya que hay que ganarlas. Nada se consigue sin esfuerzo, y la felicidad, que es el fin que todos queremos lograr, menos.

Volviendo al tema del amor, os diré que, en todo momento hablando bajo mi punto de vista, siempre acaba siendo injusto para una de las partes de la relación. A veces, todo hay que decirlo, una de esas personas puede estar ganándose el que no se sea del todo justo con ella (con la persona, no hablo de géneros). Si controlas demasiado todo, si no te llegas a dar cuenta de que la pareja la forman dos personas, con sus virtudes y sus defectos, que cometen errores, acabarás desquiciado considerando cada fallo como algo remarcable y que no puedes permitir.

Sin embargo, el concepto que mejor asimilo al término “amor”, sin llegar a creer en tal palabra, es la de coger esos errores, defectos, de la persona que pretendes que te acompañe toda la vida, y quererlos. Quererlos como nunca has querido en toda tu vida. Es ese esfuerzo, ese dejar de lado lo que tú quieres y anteponer lo que una persona es, lo que puede llegar a ser la definición de la palabra antes entrecomillada.

Cada uno de nosotros vemos las relaciones a nuestra manera, obviamente, porque tenemos ciertas conductas a las que queremos dar respuesta dentro de la pareja, e intentamos justificarnos en vano. Muchas veces, las palabras se quedan en palabras, y cuando no van acompañadas de hechos, no valen para nada. No tenemos que recordar lo que hacemos por alguien, eso desvirtuaría nuestras acciones completamente. No obstante, si, llegado el momento, necesitamos presentar un “aval” para  poder aconsejar a la persona a la que queremos, está claro que tenemos que utilizar esos actos gratuitos y hechos por ese sentimiento, sin olvidar que nos han costado nuestro esfuerzo.

Hace poco, reflexionando sobre estos temas, me di cuenta de que esa frase que tanto se escucha de que “quien bien te quiere, te hará llorar” es totalmente cierta, pero la sociedad en la que estamos nos ha impedido expresarnos con claridad y sinceridad, algo que debe ser normal, fruto de la confianza y unión entre dos personas. Se nos ha hecho creer que hablar de temas “tabú” es malo, sin llegar a darse cuenta de que la represión de lo que uno lleva dentro hace que fracasen muchas de las relaciones. Pero lo peor llega cuando, una vez terminadas, se crea un malestar entre ambas personas, que aprovechan la ruptura para echarse en cara todo aquello que debieron haberse dicho dentro del contexto de una pareja, y que para nada hubiera supuesto un problema.

Pero, como ya he dicho, la sociedad evoluciona, y a veces de manera equivocada. ¿Por qué no voy a poder decirle a mi pareja, con todo el “amor” del mundo, que creo que podría mejorar en ciertos aspectos? ¿Acaso hago mejor callándomelo? ¿Quién de nosotros querría enterarse de que su pareja piensa algo de uno que a la cara no se atreve a decir? Porque, seamos sinceros, nos lo callaremos con nuestras parejas pero, como necesidad primaria, necesitamos contárselo a ese brazo en el que nos podemos echar a llorar. Yo solía hacerlo, y nunca estuve satisfecho, porque sentía que estaba traicionando a la persona con la que estaba, y que ella no se merecía eso. Lo bueno de tener pasadas experiencias es que puedo minimizar esos errores hasta hacerlos casi nulos.

Yo me fijo en mis padres, con años de matrimonio a sus espaldas, casi 40, y tengo que admitir que ahí no podría negar la existencia del amor, pero ojo, que para nada veo lo que ellos hacen en nada de lo que es "tendencia" hacer en la actualidad. Ese amor que se profesan el uno al otro está en cada detalle, en lo que menos parece importar.

Y es que, señoras y señores, ahí está lo que nadie vemos: es el cúmulo de momentos pequeños, insignificantes, el que demuestra verdaderamente si alguien quiere o no. Porque un esfuerzo, una vez, por muy grande que sea, solamente demuestra que se ha tenido un punto de locura y se ha hecho sin pensar, un arrebato que lo llaman. Sin embargo, si en cada pequeña acción que realizas en cada momento de tu día, lo haces teniendo consciente o inconscientemente presente a esa persona que debería estar en un pedestal, estás queriéndola de la manera más perfecta que uno puede querer.

Tenemos que mirar en nuestro interior y extraer de nosotros mismos lo que nos hace ser quienes somos. La personalidad que tengamos marcará las acciones que supongan un esfuerzo realizar de manera diferente a como quisiéramos llevarlas a cabo. Algo tan sencillo como dejar de ahorrarte unos euros por tener un detalle, levantarte a una hora más temprana por él o ella, vencer la pereza para hacer lo que sea que tenga como sujeto a tu pareja… Hay tantas cosas… Y nos damos muchas veces tan poca cuenta… Es una pena, porque hay mucho postureo ahí fuera, mucha fachada de pareja feliz, que acaba fracasando porque en la vida real, cuando tiene que hacer lo que realmente concierne a ambos, no puede llegar a encajar, y todo acaba siendo un problema, y terminan por dejarlo.

Crear ese ambiente de amor es muy fácil, con un par de palabras y un par de gestos, pero si no es real, acaba por desmoronarse, en un 100% de ocasiones. Igual que una persona con dinero pero sin metas en la vida no puede ser feliz, una pareja con intenciones pero sin voluntad, esfuerzo, ni sacrificio, no llega a buen puerto.

No quiero que veáis las parejas como algo catastrófico, no quiero que penséis que yo a mi novia la voy dirigiendo con un palo y le digo que deje de ser soñadora, porque no es para nada así.

Simplemente pienso que, y con esto termino, si bajamos a la base, a la realidad, y la manejamos de una manera responsable, es mucho más fácil poder crear un pequeño ambiente de amor, ficticio siempre, pero que pueda darnos un añadido de felicidad, alegría, que haga más agradable la convivencia. Siempre y cuando sepamos cómo va la vida, cómo va a ser la realidad una vez pasen esos meses de enamoramiento tonto, podemos llevar a cabo aquellos actos que consiguen sacar una sonrisa y una sensación de felicidad en la persona a la que queremos.

En el amor hay que ser sinceros, constantes, realistas, y a la vez, soñadores.

jueves, 13 de febrero de 2014

La regla de oro



Todo lo que llevamos a cabo tiene, por naturaleza, un principio irrenunciable, una norma básica que no se puede eludir, que, de no respetar, desvirtúa lo que hacemos y nos deja a la altura de los zapatos. Es una simple regla, la regla de oro, como la llamo yo, y es el pilar que sustenta todo lo que hagamos en una situación determinada, sea cual sea.

Para cada situación, una regla básica. ¿Os imagináis el pedir un favor y no pedirlo con la educación adecuada? ¿Que te regalen algo y no dar las gracias? Es algo tan primario, que si se nos olvidara chocaría mucho y nos dejaría en un más que probable mal lugar. Siempre se repite el mismo patrón para reconocer cuál es la regla de oro de cada caso, y pasa por tener en cuenta que no estamos solos, y que hay una persona frente a ti que está en igualdad de condiciones, y que merece lo mismo que quisiéramos recibir nosotros.

En este caso os quiero hablar de la regla de oro que rige las discusiones, discusiones siempre en tono amistoso o al menos entre dos personas que se conocen, y que, aunque difieran en opiniones, pueden hablar con toda la tranquilidad del mundo. Estoy hablando de mantener siempre una actitud respetuosa ante quien conversa contigo. Si no sabemos respetar que otros tengan una opinión que no sea la que nosotros pensamos, estaremos perdidos, no en un ambiente pequeño, sino en el mundo. Me resulta inconcebible la idea de no permitir que otros piensen diferente, y no respetarlo.

Somos personas, y como somos únicos, seremos todos tan diferentes en tantas cosas, que habremos de saber amoldarnos a lo que hay, porque es un instinto básico de supervivencia. Si podemos abrir nuestra mente lo suficiente, y conseguir entrar en razón a través de un planteamiento que parta de una base puramente objetiva, sin contaminaciones del exterior, estaremos preparados para interactuar y llevar a cabo todas las acciones que queramos.

Me ocurría hoy en una red social, que discutespeto. Y no solo eso, sino que, unido a eso, ino que  de vista desde el cual no me habñdejo que me lo trate de argumentar razonía con una persona sobre un tema que no deja indiferente a nadie,  y me encontraba con que dicha persona parecía tener claro que yo era su enemigo, alguien aparentemente abominable y que no merecía un trato justo. Aun viendo que yo le trataba con el mayor de los respetos y con cabeza más que con cierta demagogia, esa persona ha optado por reírse de mi, y después ha llegado a hacerse el loco.

¿Qué quiero dar a ver con este ejemplo? El hecho de que se ha perdido un valor fundamental, que es el respeto. Y no solo eso, sino que, unido a ello, hemos eliminado la posibilidad de entender que hay alguien en cualquier lado que opina lo contrario a mi, y que, si dejo que me lo trate de argumentar razonablemente, puede que esté acertado y yo no pueda rebatir lo que él me dice. Puede incluso llegar a hacerme ver un punto de vista desde el cual no me había planteado ver el problema en cuestión.

El otro aspecto que rompe con la regla de oro es la demagogia que, si bien es una treta que se usa mucho en la actualidad, esconde una carencia enorme, de respeto, y otra, de interés por querer entender la realidad de las cosas. Si hablamos por hablar, estamos intentando convencer a alguien pensando que es tonto, y el apoyarnos en palabras aparentemente llenas de contenido y coherentes, las cuales nos puedan dar cierto aire de conocimiento, aun sabiendo que no estamos diciendo nada, no hace sino demostrar el poco respeto que se le tiene a tanto a la verdad como a las personas.

No se trata, pues, ni de faltar al respeto cuando veamos que alguien no es como nosotros; mucho menos cuando nos quedamos desnudos y sin argumentos, y tampoco cuando queremos tener la sensación de que hemos ganado. Por no tratarse, no se trata ni de engañar para parecer que sabemos más. Lo que debemos buscar, en definitiva, es ser coherentes, bien incoherentes dentro de un marco de coherencia ya determinado y que se hace saber al resto, bien coherentes del todo. No seguir una premisa, un punto de partida inicial, hace que nos pudramos por dentro, aunque suene duro.

Lo bueno de respetar, de seguir esta regla de oro, se plasma en que aunque acabes por ceder y reconocerle a otra persona algo, eso te llevará siempre a ser mejor persona, te facilitará la tarea de asimilar que hay vida fuera de nuestro ombligo, y sin duda dejará tu listón bien alto, de cara a uno mismo, y más aún de puertas para afuera.

Por lo tanto, piensa primero en cómo quieres que te traten a ti, y aplica esa premisa principal a los casos que hagan falta, del ámbito que sean, para quedarte tranquilo sabiendo que, aunque no seas como la persona o personas que tienes enfrente, estás cumpliendo con tu obligación de ser con el resto como quisieras que fueran contigo.

miércoles, 12 de febrero de 2014

El despertar

Pensé que podría dejar de escribir, que no habría temas que me pudieran animar a ello, pero una vez más me he equivocado. Claro que puedo no escribir, porque al fin y al cabo lo único que hago es expresar mi opinión, y como tal, puede que a nadie le interese. Sin embargo, y como filosofía que llevo aplicando durante toda mi etapa como persona consciente, no deja de ser una especie de deber el plasmar las cosas como las veo sobre el papel, o sobre el formato electrónico, en este caso.

Cada día surgen temas nuevos, en Twitter, en Facebook, en la universidad, en los medios de comunicación… En todas partes. Y en la gran mayoría de temas que se comentan por todos lados, estoy en desacuerdo o muy en desacuerdo con la tendencia que tienen algunos de opinar como si de un rebaño de ovejas sin cerebro se tratara.


Y es que no podemos negar que seguimos los argumentos de quien queremos, si nos vienen bien, y si nos dan un objetivo contra el que ir. Pero es que no es solo eso, si no que también hacemos una labor de recopilación de información veraz nula. Es decir, y para que quede claro: opinamos por opinar, porque nuestra vida es aburrida, y queremos evitar el centrarnos en lo realmente importante de nuestras vidas, y con el hándicap de no poder mantener unos argumentos sólidos. ¿Quién no ha tenido la típica conversación con alguien en la que acaba haciendo referencia a cosas de las que no tiene ni idea, y metiéndose en aspectos en los que no se ha molestado en informarse?


En general gusta el confrontamiento, y digo gusta sin incluirme, porque a mi me da asco. Yo discuto, con argumentos, y con la tranquilidad de saber que yo hablo con toda la calma del mundo, sabiendo que lo que yo puedo defender también flaquea, pero sin pretender querer cargarme a nadie o desacreditarlo y reírme de él por el mero hecho de que opina diferente a mis ideas. Y eso, desgraciadamente, me ocurre. Y solo quiero que me respeten, porque los que dicen que quieren ser respetados no entienden que haya una parte de la sociedad que no comparta sus ideas, y que tiene el mismo derecho que ellos a pensar diferente.


Me encanta entablar una conversación interesante, de esas que me puedan enriquecer, que me ayuden a entender los argumentos que tienen aquellos que tiene la postura contraria a la que tengo yo. Y quiero creer que el hecho de ser diferentes no es un impedimento para seguir siendo tan amigos una vez hemos expuesto nuestras ideas. Todos somos diferentes, somos únicos como personas, nuestra cabeza funciona de una manera en que ninguna otra lo hace, y surgen ramas que difieren en algo unas de otras. Lo que no es bueno es cortar esas ramas, y no hacer un análisis mucho más exhaustivo de aquella información básica, sin contrastar, que te llega, y que debes coger, plantar en una maceta, y hacer que crezca, regándola con tu interés y tu buen hacer.


Las cosas están mal últimamente, y tú podrías ayudar si decides poner empeño por entender, por conocer, y por proponer alternativas. Pero, por favor, pensemos antes de opinar. Sé que ser una persona realista puede hacerte perder cierta perspectiva más “imaginativa”, pero lo que nunca hará una persona realista es equivocarse en los cálculos más negativos que, a la larga, son los que suelen surgir en todos los proyectos que se emprenden. Es muy bonito creer que vas a conseguir todo lo que te propones, pero si no haces algo más que pensar e imaginarte lo bonita que será tu vida en un futuro, te estancarás en la mediocridad, le contarás a todo el mundo lo bien que vivirás, pero llegará la realidad, tocando a tu puerta, y te mostrará que sin cabeza no se puede hacer nada. Cabeza, planteamientos, y esfuerzo. Y una mente creativa se esfuerza, pero necesita de la racionalidad para poner esas ideas sobre el plano en el que vivimos.


Suficiente por hoy, espero poder mantener una dinámica activa de publicaciones, y sobre todo, que os puedan interesar.


Que tengáis un buen día.



Juan