Todo lo que llevamos a cabo tiene, por naturaleza, un
principio irrenunciable, una norma básica que no se puede eludir, que, de no
respetar, desvirtúa lo que hacemos y nos deja a la altura de los zapatos. Es
una simple regla, la regla de oro, como la llamo yo, y es el pilar que sustenta
todo lo que hagamos en una situación determinada, sea cual sea.
Para cada situación, una regla básica. ¿Os imagináis el pedir
un favor y no pedirlo con la educación adecuada? ¿Que te regalen algo y no dar
las gracias? Es algo tan primario, que si se nos olvidara chocaría mucho y nos
dejaría en un más que probable mal lugar. Siempre se repite el mismo patrón
para reconocer cuál es la regla de oro de cada caso, y pasa por tener en cuenta
que no estamos solos, y que hay una persona frente a ti que está en igualdad de
condiciones, y que merece lo mismo que quisiéramos recibir nosotros.
En este caso os quiero hablar de la regla de oro que rige las
discusiones, discusiones siempre en tono amistoso o al menos entre dos personas
que se conocen, y que, aunque difieran en opiniones, pueden hablar con toda la
tranquilidad del mundo. Estoy hablando de mantener siempre una actitud
respetuosa ante quien conversa contigo. Si no sabemos respetar que otros tengan
una opinión que no sea la que nosotros pensamos, estaremos perdidos, no en un
ambiente pequeño, sino en el mundo. Me resulta inconcebible la idea de no
permitir que otros piensen diferente, y no respetarlo.
Somos personas, y como somos únicos, seremos todos tan
diferentes en tantas cosas, que habremos de saber amoldarnos a lo que hay,
porque es un instinto básico de supervivencia. Si podemos abrir nuestra mente
lo suficiente, y conseguir entrar en razón a través de un planteamiento que
parta de una base puramente objetiva, sin contaminaciones del exterior,
estaremos preparados para interactuar y llevar a cabo todas las acciones que
queramos.
Me ocurría hoy en una red social, que discut y
me encontraba con que dicha persona parecía tener claro que yo era su enemigo,
alguien aparentemente abominable y que no merecía un trato justo. Aun viendo
que yo le trataba con el mayor de los respetos y con cabeza más que con cierta
demagogia, esa persona ha optado por reírse de mi, y después ha llegado a
hacerse el loco.
ía con una persona sobre un
tema que no deja indiferente a nadie,
¿Qué quiero dar a ver con este ejemplo? El hecho de que se ha
perdido un valor fundamental, que es el respeto. Y no solo eso, sino que, unido
a ello, hemos eliminado la posibilidad de entender que hay alguien en cualquier
lado que opina lo contrario a mi, y que, si dejo que me lo trate de argumentar
razonablemente, puede que esté acertado y yo no pueda rebatir lo que él me
dice. Puede incluso llegar a hacerme ver un punto de vista desde el cual no me
había planteado ver el problema en cuestión.
El otro aspecto que rompe con la regla de oro es la demagogia
que, si bien es una treta que se usa mucho en la actualidad, esconde una carencia
enorme, de respeto, y otra, de interés por querer entender la realidad de las
cosas. Si hablamos por hablar, estamos intentando convencer a alguien pensando
que es tonto, y el apoyarnos en palabras aparentemente llenas de contenido y
coherentes, las cuales nos puedan dar cierto aire de conocimiento, aun sabiendo
que no estamos diciendo nada, no hace sino demostrar el poco respeto que se le
tiene a tanto a la verdad como a las personas.
No se trata, pues, ni de faltar al respeto cuando veamos que
alguien no es como nosotros; mucho menos cuando nos quedamos desnudos y sin
argumentos, y tampoco cuando queremos tener la sensación de que hemos ganado. Por no tratarse, no se trata ni de engañar para parecer que sabemos más. Lo que
debemos buscar, en definitiva, es ser coherentes, bien incoherentes dentro de
un marco de coherencia ya determinado y que se hace saber al resto, bien
coherentes del todo. No seguir una premisa, un punto de partida inicial, hace
que nos pudramos por dentro, aunque suene duro.
Lo bueno de respetar, de seguir esta regla de oro, se plasma
en que aunque acabes por ceder y reconocerle a otra persona algo, eso te
llevará siempre a ser mejor persona, te facilitará la tarea de asimilar que hay
vida fuera de nuestro ombligo, y sin duda dejará tu listón bien alto, de cara a
uno mismo, y más aún de puertas para afuera.
Por lo tanto, piensa primero en cómo quieres que te traten a
ti, y aplica esa premisa principal a los casos que hagan falta, del ámbito que
sean, para quedarte tranquilo sabiendo que, aunque no seas como la persona o
personas que tienes enfrente, estás cumpliendo con tu obligación de ser con el
resto como quisieras que fueran contigo.
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