Esta es, sin duda alguna, la entrada que mejor quiero que
salga. En ella os voy a presentar y a desgranar a la persona más importante de
mi vida, y creo que de la vida de toda mi familia. Un día llegué a escribir que
el mejor amigo es el que no se hace de notar, pues bien, en este caso, y de
forma análoga, la mejor persona del mundo es la que pasa desapercibida para
todos, la que no acapara foco alguno, y con la que cometemos muchas veces el
error de no reconocer toda la gran labor que hace día tras día desde que empezó
lo que yo llamaría su “aventura”.
Esa persona es mi madre.
Quiero mucho a mi madre. Mucho más de lo que jamás llegaré a
querer a ninguna otra persona. Sin ella, no sería nada de lo que soy hoy en
día. Sin su atención, su dedicación, su mano dura, y su dulzura en los momentos
necesarios. Si algo quiero llegar a ser en mi vida es la mitad de bueno que
ella, un cuarto de inteligente, y otro cuarto de fuerte. Fuerte, porque ser
madre siempre es duro. Inteligente, porque manejar una casa con 8 hijos no es
tarea fácil. Y buena porque, aunque su papel sea el de hacernos la vida un poco
menos “comodona”, todo lo que hace en su día a día es lo mejor para todos, y
por consiguiente para ella.
Es una sufridora nata. No he visto a nadie hacer tantas
tareas de la casa como a ella, ni interponerse entre un hijo y sus “deseos” de
fregar para hacerlo ella. Ha cogido personas imperfectas, que van dando tumbos
durante su época de desarrollo y crecimiento, y las ha convertido a todas en personas
hechas y derechas. Y con la otra mano ha ayudado a su marido, para que llegue a
ser quien es hoy.
Todas las madres, y por ende las mujeres, tienen muchísima
más fuerza de la que nosotros, los hombres, y los hijos, jamás podríamos
imaginar. Son una especie de superheroínas,
y creo que incluso este término se quedaría corto.
Es la mejor. Lo siento por vosotros, pero es algo
que no es negociable. Y, como de costumbre, expongo argumentos para demostrar
lo que digo.
Cuando hay comida rica pero una parte “menos rica”,
es la primera en cogerla. No nos hemos ni sentado a la mesa y ya vemos que
falta ese trozo de pescado lleno de espinas. Se empeña en hacerle la competencia a mi padre en este aspecto.
Cuando hay que recoger, mi madre
jamás en la vida se escaquea. La primera que se levanta y la última que se
sienta. Mientras todos podemos estar disfrutando, descansando, o lo que sea que
hagamos después de comer, mi madre está
fregando y limpiando la cocina.
Es una mujer que, a sus años (sean los que sean), sigue
pareciendo tan joven como si tuviese 20. Tiene su carácter, y muy fuerte, pero…
¿quién en su situación no? Tengo un padre que está a mil cosas, mi otra
inspiración de cara al futuro, y que digamos que eligió primero entre ser poli
bueno o poli malo en casa. Mi madre, por tanto, volvió a escoger ese trozo de
carne con nervio, difícil de comer, y que no está tan rico como el trozo más
jugoso.
Y ahí sigue, casi 40 años después, al pie del cañón y con la misma
filosofía de no dejar que nos acomodemos ni en el sofá de casa. Cada vez que
puede, se acerca al salón, pone voz de “aaaay cómo desperdiciáis vuestra vida”
y nos lanza frases que llegan directamente a nuestra conciencia. Solamente las
suyas llegan tan profundo y siempre dejan huella. Es un talento natural, y no
hay escudo que no penetre. ¿Y qué hacemos nosotros? Nos enfadamos con ella,
como si lo que dijera no fuese verdad. Pero la realidad es que si nos duele es
porque es muy pero que muy cierto.
Es peculiar, en el buen sentido de la palabra. Para nosotros siempre lo mejor, sea lo que sea, y para ella lo
menos caro. No lo entiendo. Pudiendo comprarse de vez en cuando algún capricho,
tiene que ser su marido quien lo haga o, en su defecto, sus hijos. Calcula el
dinero para ella como si fuese un bien escaso (no me malinterpretéis, lo es,
pero mi madre tiene la suerte de haber obtenido mejores frutos de su trabajo),
y siempre tiene sus cuentas mentales hechas. Casi diría que le cuesta llegar a
fin de mes.
Trabaja en silencio, sin levantar sospechas, podríamos decir.
Hace las cosas tan bien y siempre con tanta constancia que parece que no haga
nada. No me malinterpretéis, es trabajadora como ella sola, pero muchas veces
da la sensación de que, como lo vemos tan normal, tan… ¡Que parece que no le
cuesta! Pues… No lo apreciamos.
Y qué decir de lo que quiere y apoya a mi padre. Qué sería de
él de no haber tenido a esta “supermujer”
en su vida. Siempre tendemos a reconocer lo que mi padre hace, que es
extraordinario, y muy meritorio, porque él ha conseguido llegar a ser quien es
gracias a su talento, a su dedicación, pero también en gran parte gracias al
equilibrio y seguridad que le proporciona mi madre. Repito, hace las cosas que
parece que no las esté haciendo, y no solo eso sino que, además, nunca se
apunta el mérito.
Aunque pueda intentar esconderlo, está claro que quiere, como todos,
cariño. Y muchas veces me siento muy mal cuando no reacciono como debo delante
de ella. Es un comportamiento tan egoísta y tan desagradecido...
Como ya he dicho es una mujer con un carácter muy fuerte, pero porque
le ha tocado ser así. Ojalá no tuviera que serlo. Aun y todo la quiero como a
nadie, y la respeto muchísimo, a ella y a todas las cosas que salen por su
boca, bien sean pequeños halagos, o la más sincera de las críticas. Sé que
siempre dice lo que considera lo mejor para nosotros, y que jamás nos
aconsejaría nada que previamente no se fuese a aplicar ella misma. Igual que
dice que nunca nos daría nada de comer que ella no hubiera comido primero. Qué
raro, todo lo puedo aplicar a la comida…
Seguiría diciendo mil y una cosas más sobre ella, porque las
tengo todas grabadas en el corazón, pero es que… En su caso es
difícil decir todo aquello que considero un mérito y un motivo para sentirme
orgulloso de tenerla como madre. Yo lo sé, pero digamos que es como la fe. Está ahí, dentro de nosotros, y no dudamos nunca de ella, pero muchas veces no es fácil de exteriorizar con las palabras adecuadas. Y
en parte, o todo, no me gusta no poder definirla, porque me crea una sensación de
inseguridad que no me deja tranquilo. Creo que es más fácil que la gente del
exterior pueda dar una definición más o menos aproximada de ella, a que seamos
nosotros, su familia, quienes lo hagamos. Espero poder ser en la vida igual de
humilde y pasar tan desapercibido como ella, pero haciendo siempre las cosas
bien, como hace ella.
Todo lo que diga se queda corto, todo lo que diga es poco,
para tanta madre que me ha tocado. Se conforma con ver las sonrisas, con notar las
alegrías de los demás, y eso la hace feliz. Hijos, cuñados, sobrinos, nietos, suegros, hermanos, amigos... Siempre haciendo feliz
a todo el que la rodea. Pero nunca quiere nada para si misma.
Es sorprendente, y a la vez un enigma.
Y lo tengo claro:
quiero aprender y ser lo más parecido posible a lo que su figura representa
para mi: todo lo bueno, habido y por haber, y la más perfecta de las
perfecciones. Y aun así rompe la regla de que “la perfección es aburrida”,
porque siempre encontrará algo con lo que mantenernos despiertos, aunque yo lo
llamaría más bien “sacarnos de quicio”. Y no estoy diciendo con eso que no tenga razón, porque es más bien todo lo contrario. Siempre tiene
razón en lo que dice, y consigue dar en el clavo sobre aquello que ve que
tenemos que mejorar y que, nos guste o no, nosotros también sabemos que deberíamos mejorar.
Por esto, y por mucho más: gracias por todo, mamá.
Juan
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