domingo, 2 de marzo de 2014

Ella


Esta es, sin duda alguna, la entrada que mejor quiero que salga. En ella os voy a presentar y a desgranar a la persona más importante de mi vida, y creo que de la vida de toda mi familia. Un día llegué a escribir que el mejor amigo es el que no se hace de notar, pues bien, en este caso, y de forma análoga, la mejor persona del mundo es la que pasa desapercibida para todos, la que no acapara foco alguno, y con la que cometemos muchas veces el error de no reconocer toda la gran labor que hace día tras día desde que empezó lo que yo llamaría su “aventura”.

Esa persona es mi madre.

Quiero mucho a mi madre. Mucho más de lo que jamás llegaré a querer a ninguna otra persona. Sin ella, no sería nada de lo que soy hoy en día. Sin su atención, su dedicación, su mano dura, y su dulzura en los momentos necesarios. Si algo quiero llegar a ser en mi vida es la mitad de bueno que ella, un cuarto de inteligente, y otro cuarto de fuerte. Fuerte, porque ser madre siempre es duro. Inteligente, porque manejar una casa con 8 hijos no es tarea fácil. Y buena porque, aunque su papel sea el de hacernos la vida un poco menos “comodona”, todo lo que hace en su día a día es lo mejor para todos, y por consiguiente para ella.

Es una sufridora nata. No he visto a nadie hacer tantas tareas de la casa como a ella, ni interponerse entre un hijo y sus “deseos” de fregar para hacerlo ella. Ha cogido personas imperfectas, que van dando tumbos durante su época de desarrollo y crecimiento, y las ha convertido a todas en personas hechas y derechas. Y con la otra mano ha ayudado a su marido, para que llegue a ser quien es hoy.

Todas las madres, y por ende las mujeres, tienen muchísima más fuerza de la que nosotros, los hombres, y los hijos, jamás podríamos imaginar. Son una especie de superheroínas, y creo que incluso este término se quedaría corto.

Es la mejor. Lo siento por vosotros, pero es algo que no es negociable. Y, como de costumbre, expongo argumentos para demostrar lo que digo.

Cuando hay comida rica pero una parte “menos rica”, es la primera en cogerla. No nos hemos ni sentado a la mesa y ya vemos que falta ese trozo de pescado lleno de espinas. Se empeña en hacerle la competencia a mi padre en este aspecto.

Cuando hay que recoger, mi madre jamás en la vida se escaquea. La primera que se levanta y la última que se sienta. Mientras todos podemos estar disfrutando, descansando, o lo que sea que hagamos  después de comer, mi madre está fregando y limpiando la cocina.

Es una mujer que, a sus años (sean los que sean), sigue pareciendo tan joven como si tuviese 20. Tiene su carácter, y muy fuerte, pero… ¿quién en su situación no? Tengo un padre que está a mil cosas, mi otra inspiración de cara al futuro, y que digamos que eligió primero entre ser poli bueno o poli malo en casa. Mi madre, por tanto, volvió a escoger ese trozo de carne con nervio, difícil de comer, y que no está tan rico como el trozo más jugoso. 

Y ahí sigue, casi 40 años después, al pie del cañón y con la misma filosofía de no dejar que nos acomodemos ni en el sofá de casa. Cada vez que puede, se acerca al salón, pone voz de “aaaay cómo desperdiciáis vuestra vida” y nos lanza frases que llegan directamente a nuestra conciencia. Solamente las suyas llegan tan profundo y siempre dejan huella. Es un talento natural, y no hay escudo que no penetre. ¿Y qué hacemos nosotros? Nos enfadamos con ella, como si lo que dijera no fuese verdad. Pero la realidad es que si nos duele es porque es muy pero que muy cierto.

Es peculiar, en el buen sentido de la palabra. Para nosotros siempre lo mejor, sea lo que sea, y para ella lo menos caro. No lo entiendo. Pudiendo comprarse de vez en cuando algún capricho, tiene que ser su marido quien lo haga o, en su defecto, sus hijos. Calcula el dinero para ella como si fuese un bien escaso (no me malinterpretéis, lo es, pero mi madre tiene la suerte de haber obtenido mejores frutos de su trabajo), y siempre tiene sus cuentas mentales hechas. Casi diría que le cuesta llegar a fin de mes.

Trabaja en silencio, sin levantar sospechas, podríamos decir. Hace las cosas tan bien y siempre con tanta constancia que parece que no haga nada. No me malinterpretéis, es trabajadora como ella sola, pero muchas veces da la sensación de que, como lo vemos tan normal, tan… ¡Que parece que no le cuesta! Pues… No lo apreciamos.

Y qué decir de lo que quiere y apoya a mi padre. Qué sería de él de no haber tenido a esta “supermujer” en su vida. Siempre tendemos a reconocer lo que mi padre hace, que es extraordinario, y muy meritorio, porque él ha conseguido llegar a ser quien es gracias a su talento, a su dedicación, pero también en gran parte gracias al equilibrio y seguridad que le proporciona mi madre. Repito, hace las cosas que parece que no las esté haciendo, y no solo eso sino que, además, nunca se apunta el mérito.

Aunque pueda intentar esconderlo, está claro que quiere, como todos, cariño. Y muchas veces me siento muy mal cuando no reacciono como debo delante de ella. Es un comportamiento tan egoísta y tan desagradecido... 

Como ya he dicho es una mujer con un carácter muy fuerte, pero porque le ha tocado ser así. Ojalá no tuviera que serlo. Aun y todo la quiero como a nadie, y la respeto muchísimo, a ella y a todas las cosas que salen por su boca, bien sean pequeños halagos, o la más sincera de las críticas. Sé que siempre dice lo que considera lo mejor para nosotros, y que jamás nos aconsejaría nada que previamente no se fuese a aplicar ella misma. Igual que dice que nunca nos daría nada de comer que ella no hubiera comido primero. Qué raro, todo lo puedo aplicar a la comida…

Seguiría diciendo mil y una cosas más sobre ella, porque las tengo todas grabadas en el corazón, pero es que… En su caso es difícil decir todo aquello que considero un mérito y un motivo para sentirme orgulloso de tenerla como madre. Yo lo sé, pero digamos que es como la fe. Está ahí, dentro de nosotros, y no dudamos nunca de ella, pero muchas veces no es fácil de exteriorizar con las palabras adecuadas. Y en parte, o todo, no me gusta no poder definirla, porque me crea una sensación de inseguridad que no me deja tranquilo. Creo que es más fácil que la gente del exterior pueda dar una definición más o menos aproximada de ella, a que seamos nosotros, su familia, quienes lo hagamos. Espero poder ser en la vida igual de humilde y pasar tan desapercibido como ella, pero haciendo siempre las cosas bien, como hace ella.

Todo lo que diga se queda corto, todo lo que diga es poco, para tanta madre que me ha tocado. Se conforma con ver las sonrisas, con notar las alegrías de los demás, y eso la hace feliz. Hijos, cuñados, sobrinos, nietos, suegros, hermanos, amigos... Siempre haciendo feliz  a todo el que la rodea. Pero nunca quiere nada para si misma.

Es sorprendente, y a la vez un enigma. 

Y lo tengo claro: quiero aprender y ser lo más parecido posible a lo que su figura representa para mi: todo lo bueno, habido y por haber, y la más perfecta de las perfecciones. Y aun así rompe la regla de que “la perfección es aburrida”, porque siempre encontrará algo con lo que mantenernos despiertos, aunque yo lo llamaría más bien “sacarnos de quicio”. Y no estoy diciendo con eso que no tenga razón, porque es más bien todo lo contrario. Siempre tiene razón en lo que dice, y consigue dar en el clavo sobre aquello que ve que tenemos que mejorar y que, nos guste o no, nosotros también sabemos que deberíamos mejorar.

Por esto, y por mucho más: gracias por todo, mamá.

Juan


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