jueves, 27 de febrero de 2014

De la penitencia, la moral, la justicia, y el insomnio a las 4 de la mañana.


No puedo dormir. La mente racional lucha contra los sentimientos que me invaden cada vez que me quedo solo, y me pongo a pensar. Son tantas cosas… Y tan poca la capacidad para darle una respuesta razonable… Supongo que la vida está llena de sinsentidos y que otros, igual que puede pasarme a mi, actuarán sin ningún tipo de lógica o pauta preestablecida.

Lo difícil está en poder acallar todo lo que te viene a la cabeza cuando no eres capaz de soportar que las cosas pasen de la manera en que pasan. Pensad, en cualquier situación, cualquiera en la que os hayáis visto implicados y que no fuese vuestra culpa. ¿Cuál fue vuestra reacción? Si todos somos parecidos al menos en ese aspecto tan irracional, no me queda otra que decir que la tónica general es ponerse hecho una fiera, y querer cargarnos lo que sea que nos ha producido la injusticia, al menos aquellos que consideramos injusticia desde un punto de vista subjetivo.

Yo soy el primero que levanto la mano y digo que sufro ese tipo de cosas. El mundo está lleno de injusticias, si no decidme por qué unos pocos selectos, a base de enchufes y chupar culos, han escalado en el ámbito político y están ahora llenándose los bolsillos, ya no menciono si legal o ilegalmente, a costa de aquello que a los contribuyentes les cuesta tanto sudor conseguir. Y muchas veces teniendo un único papel de votar para conseguir que algo del partido salga adelante.

Y es que así es la vida señores. Llena de multitud de injusticias, decepciones, rabia, frustración… Yo diría que es más fácil sentir aquello que surgió como contraposición a todo lo positivo que existía en los inicios del ser humano. Dios sabe dónde se esconden ahora la justicia, el sentirse orgulloso, la alegría, la satisfacción… Lo bueno es que cuanto antes te hagas a la idea de que el mundo es como pegarse contra una pared de piedra fría, antes podrás ver qué haces con ella, y si puedes evitarla o incluso sacarle algún rendimiento.


El fallo que existe en este mundo, aunque suene duro, es la libertad. La libertad tiene todo lo bonito que os podáis imaginar, y es un derecho fundamental. Nadie niega que tenga un aspecto positivo, y mucho además. Sin embargo, bajemos de nuevo al mundo real. ¿Qué vemos? Que prima más hacer ese uso de la libertad para sobrepasarse, para ir más allá de los límites morales, por el mero hecho de que somos libres y podemos acallar la conciencia, burlar al brazo jurídico del Estado, y hacer casi lo que nos venga en gana. Y eso es fruto de nuestra libertad mal utilizada.

La libertad, entendida como tal, es el poder hacer lo que uno quiera sin imposiciones externas. No obstante, en el momento en que entramos en sociedad, en contacto con otros, ese “lo que uno quiera sin imposiciones externas” tiene que ser retocado, ya que no podemos hacer lo que nos venga en gana si ese actuar libremente perjudica a alguien que no tiene nada que ver con aquello sobre lo que tu libertad quiere actuar. Eso es algo que muchos se niegan a ver, y se escudan, e incluso acallan conciencia y moral, ambas fundamentales para poder ser una persona buena. No hablo de religiones ni de política, hablo de la bondad. Porque se puede ser de izquierdas y tener un corazón enorme, y ser de derechas y que ello no implique que no se respete al resto o que se sea autoritario. Por encima del cumplimiento de las normas que hemos ido positivando están, sin duda alguna, moral y conciencia.

El defecto que tenemos los que pensamos mucho con la cabeza, con el lado más racional, es que no tenemos en cuenta, al menos del todo, el más que posible y actualmente extendido parámetro de una mente ausente de valores morales innatos, acallados y eliminados por conveniencia y como consecuencia de una vida bastante poco sana. Y como no entendemos que alguien pueda desprenderse de lo básico, que no se enseña en ningún lado, si no que se siente en el corazón, pues nos preguntamos una y otra vez cómo puede haber tanta mala gente en todos lados.

Repito, que los que podemos llegar a la conclusión de que alguien no es buena persona no lo hacemos con base en valores temporales, como son ideología o religión. Pensamos únicamente en la moral, atemporal, y una moral bastante lógica, aplicada a los casos más extremos que nos conduzcan a las respuestas más sinceras y desnudas, ante las cuales no nos quede otra que reconocer nuestro error o que nuestro planteamiento principal es falso, demagogo, e hipócrita.

En la vida hay un antes y un después. Bueno, en realidad puede haber cientos de ellos. Eso nos hace ver la facilidad con la que nos podemos equivocar, sea en un sentido propio o como consecuencia de algo externo. Cada vez que caemos en algo que nos hace daño, tenemos la capacidad de olvidar todo lo aprendido y seguir el nuevo camino que nos ofrece el tropiezo, o simplemente ir sumando experiencias a las ya vividas, pudiendo evitar tropiezos con piedras que ya sepamos esquivar.

Sin embargo, hay dos cosas sobre las que quizás nunca pensemos cuando nos pasa algo así. Y hablo sencillamente de un “examen de conciencia” y de una posterior y fundamental penitencia.

El examen de conciencia nos ayuda a mejorar en esos aspectos que nos han llevado a la situación crítica que provoca el “antes y después”. Es la reacción ante ese hecho trascendental la que nos hace volver atrás en el pasado y ver dónde nos equivocamos, en qué momento, con quién, y cuál fue nuestra “reacción cerebral”. Todo ello permite que podamos blindarnos un poco más, como si de una versión de prueba se tratara el ir creciendo en edad y mentalidad. A cada año que pasa, una versión “beta”, o una nueva actualización. Al fin y al cabo, los sistemas operativos lanzan actualizaciones conforme recopilan informes de errores y les dan solución. Así somos, señoras y señores, un hardware con patas, con un software constantemente en crecimiento.

Después de ese examen llega la penitencia. Se puede entender en dos vertientes. La primera es la que tiene como culpable material del hecho causante a nosotros mismos. Esa penitencia es bien merecida, un castigo justo por los errores cometidos. Luego está la penitencia a causa de acciones que nos tienen como objetivo a nosotros. Ante esas acciones, y tras el oportuno examen de conciencia, solo nos queda sufrir y reaccionar ante las puñaladas y decepciones que podamos sufrir en nuestro grande pero frágil corazón. Y sinceramente duelen más que las primeras.

Duelen más. Por el factor externo que ello conlleva. Yo puedo cometer un error, y sufro, pero sé que lo voy a cambiar, si es que soy de los que quieren buscar el bien mío y de los que me rodean a la vez. Si soy egoísta, entonces me salto esta parte y todas, y que le den un rato al mundo, claro que sí. Pero si es otro el que te hace daño, pueden darse mil factores, entre los que se encuentran el egoísmo de la persona que hiere, o el desconocimiento, o la falta de intenciones de cambiar, la falta de madurez, y muchas otras, que nos hacen sufrir, porque no controlamos el proceso e, instintivamente, tendemos a fiarnos más bien poco en aquellos casos en los que, injustamente, se nos hace daño.

Es muy duro, y lo sabréis todos, que os hagan daño sin tener motivos. Daño injusto, daño traicionero. Es una penitencia la que hay que cumplir que por narices hay que pasarla, pero duele y escuece más que cualquier otra. ¿Por qué tengo que dejar que todo siga adelante? ¿Por qué no puedo yo tomarme cierta justicia por mi mismo? Pues porque la vida no va así. Y creedme, he tenido posibilidades más que cercanas de hacer daño a quien se lo merece, pero creo que no me toca a mi. Sumadle este sentimiento de rabia e impotencia a la penitencia, que ya era dura de por sí, pero con esto se vuelve aún más divertida.

Penitencia. Es como que te fractures la pierna y no puedas moverte. Sabes que quieres hacer algo para ir recuperándote pero no hay manera, y solo puedes quedarte impotente esperando a que se cure, y que puedas volver a andar, para saber que no vas a volver a hacer aquel deporte, aquel salto, aquel juego… que te han llevado a causarte daño.

Creo que es suficiente. Os doy un simple consejo y es que, siempre que podáis, le quitéis hierro al asunto. Si sois vosotros la causa, haced todo lo que esté en vuestra mano por cambiar, y hacedlo para demostraros a vosotros que podéis ser mejores. Si es otro quien os hace daño, dejad que el agua fluya en el río, porque, tarde o temprano, todo vuelve, y nada pasa desapercibido. Llamadlo karma, o justicia etérea. Pero estad seguros de que una situación injusta tiene que volver a su ser normal, y si se ha desajustado por vuestro lado, tendrá que “castigar” a la otra parte de la balanza.

Gracias por leer.

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