miércoles, 2 de enero de 2013

Comienza un nuevo año

Feliz año nuevo. Feliz 2013. Lo normal sería deciros que os deseo que este año que ha llegado tengáis todas las cosas buenas que os merecéis, y que cumpláis vuestros sueños y lleguéis a ser quienes estáis destinados a ser. Lo siento. No puedo decir eso. Estaría cayendo en el absurdo mas grande que se puede caer. No es que no os desee lo mejor, permitidme que me explique.

No odio la Navidad, básicamente porque es el momento en que nos reunimos todos para celebrar “algo”. Los católicos el nacimiento de Jesús, los no católicos a saber qué, y la perspectiva más adecuada es que en general, católicos o no, estas fechas son el momento para estar juntos, en familia. Punto. Estar juntos. Siendo sincero, he de reconocer que el tema católico no se ha tocado en mi casa mas que para el “¿has ido a misa?”  o el famoso “Ah, ¿que hoy es obligatorio?”

Hasta aquí el inciso sobre el tema de la Navidad. ¿Por qué no me gustan las frases estereotipadas y las ideas poco coherentes que se repiten anualmente? Porque son un rollo, un coñazo, una falsedad. Una buena razón sería argumentar que las decimos sin realmente pensar en nada sobre la otra persona, es decir, las soltamos como quien dice “amén” en misa, o como quien sonríe y dice “sí” cuando alguien le ha contado algo y no ha hecho ni caso. “Feliz año, te deseo lo mejor rodeado de los que te quieren y que se cumplan tus sueños”. Creo que podría ser una de las frases mas conocidas y repetidas de todas. ¿Qué hay detrás de toda esta feria? El evadirse de los problemas, posponerlos y pensar que es una buena excusa lo del año nuevo para empezar de cero y eliminar de nuestra mente los constantes fracasos del año anterior. Que si quiero hacer ejercicio, que si quiero estudiar, madurar, leer mas… Todas esas cosas están genial, pero… ¿por qué hay que cambiarlas  a partir del 1 de enero? Si nos fijamos de forma detenida lo único que cambia son las cifras del calendario. Reseteamos nuestra referencia temporal y le sumamos un año. Y ya está.

Quisiera creer que realmente sirve para algo cambiar de año. No sirve para nada. Porque si te quieres proponer algo, el día en que te das cuenta de que estas fallando es el día en que tienes que decidir cambiar. Y precisamente las navidades no son las mejores fechas para cambiar. Comer… Beber… Salir… Puede que no sean las prioridades a cambiar en mucha gente, pero deberían serlo. Comer: algo que es un privilegio, algo que tiene que ser tenido en cuenta con medida, sin caer en empachos absurdos. Beber: borracheras que acaban por dejar peor tu imagen. No, no es lo importante la imagen, sino uno mismo. Cuando caes en la borrachera pasan varias cosas, entre ellas unir salir con beber, o hacer balance de una noche y darte cuenta de que tienes lagunas, comportamientos vergonzosos, y conductas que dejan ver en parte la realidad de cada uno.

El cambio, los sueños, o los buenos momentos son cosas que se trabajan. No se puede pretender pasar de una situación personal mala a una completamente diferente en tan solo un momento. Perdonadme si algunos pensáis que es una buena motivación para aquellos que han sufrido, o para aquellos que no tienen nada. Quizás esté dando la sensación de ser frío y malo, pero no es para nada así. Solamente trato de dar a ver que las esperanzas, los sueños, los cambios en general... Vienen precedidos de un cambio interno, y que ese cambio interno lo realiza uno mismo cuando localiza el foco del problema, y los sueños se cumplen, la suerte sonríe y todo lo bueno aparece cuando uno con esfuerzo y sacrificio consigue darle la vuelta a cosas tan normales como los defectos, o las contrariedades que la vida nos presenta. Y esto es real. No hablo de divinidades que recompensen, hablo de la justicia que rige este mundo. Sea quien sea quien maneje todo este complicado mundo, sabe a quién corresponder con los dones y las alegrías.

Si ahora, por otro lado, hago alusión a un tema concreto, sé que muchos se identificarán con lo que digo. No, no hablo de que no os gusten las uvas, que también es algo interesante de remarcar, pero me quiero referir a algo más serio. Cuando llega Navidad, o Nochevieja, nos pasamos largos ratos escribiendo a la gente para felicitar las navidades y el año nuevo.  Más que un acto de amistad hacia esas personas que reciben la felicitación, en la actualidad, que no en lo referente a nuestros padres, esta costumbre se ha tomado como forma de “demostrar” al resto que les aprecias y que te acuerdas de ellos. Puede que haya un par que sí sean verdaderos amigos o gente de la que verdaderamente te acuerdas, pero por otro lado tenemos la cruda realidad de la apariencia. Aparentar está muy de moda, como creo haber escrito ya en alguna de mis otras entradas. Por culpa de la imagen, la apariencia y con las facilidades actuales de internet, whatsapp, y demás, felicitar a la gente se ha convertido en algo automático.

A mi modo de verlo, felicitar a la gente no demuestra la amistad. Salvo aquellos casos en los que obviamente haya una amistad de verdad. Nuestra mente funciona de tal manera que sentimos la obligación de que, ya que podemos comunicarnos con X o Y, tenemos que felicitarlos, para que no piensen que somos malos amigos. Pues bien, es absurdo pensar que por felicitar a alguien ya eres buen amigo. He de reconocer que alegra ver que ciertas personas se acuerdan de ti, que te escriben algo único y personalizado, interesándose por cosas reales. Volviendo al tema, la amistad se demuestra en el día a día, en el trato y en los detalles de los 365 días que tiene el año. Una amistad no se crea por felicitar el año o la Navidad. Lo único que me divierte son las felicitaciones tan originales que hay cada año, es bastante entretenido leerlas.

Aunque lo peor es la vuelta a la universidad, colegio, o trabajo. Tener que empezar las primeras frases con cada uno con un “feliz año”, es mortal. Es como empezar con el “hola”, pero más obligado en muchos casos.

En resumidas cuentas, y sintiendo haber sido así de crítico durante todo el texto, he de decir que la época del 24 de diciembre al día 6 de enero ha de ser, sin duda alguna, una época de tranquilidad en casa, de recordar con cariño todas las anécdotas del año, la gente que se suma a tu vida, los que se van… Pero no el momento de echar tierra sobre lo complicado, pretendiendo así enterrar unos problemas que echarán raíces y año tras año volverán más fuertes.

No te sientas mal si alguien no te felicita, porque eso no demuestra ni un 0,0001% de la amistad que tiene hacia ti ese alguien. Tampoco te mates por felicitar a todo el mundo, porque no es bueno para ti mismo, ya que creas una obligación que se repetirá anualmente y que no servirá, salvo, repito, para las verdaderas amistades.

Piensa que el año nuevo lo único que marca es la caída de una hoja en ese árbol que es tu vida. Te vas marchitando, a paso lento por supuesto, pero ves que se puede hacer tarde si tienes cosas que mejorar. El cambio ha de empezar en uno mismo desde el día en que surgen las malas hierbas en ese árbol. Tienes la obligación de cuidarlo, no solo por el mal efecto que puede hacer en todo un jardín lleno de árboles preciosos, sino porque cuanto más se cuida la vida de uno mismo, más bello es ese árbol, y más admirado su dueño, y más se tratará de imitar el cuidado que sobre ese árbol se haga.

Lo realmente importante es aquello que nos hace ser mejores, no lo que nos hace aparentar ser mejores. Cuidar a la familia, preocuparse por las amistades, llevar una vida sana de mente y cuerpo, y unos ideales y valores que respeten al resto y que consigan ayudarte a ser mejor y ayudar al resto, si son de utilidad. Nunca hay que olvidar que en lo que tal vez menos nos demos cuenta es donde reside la clave de un crecimiento interior enorme. 

Buenas noches, y de corazón feliz año.


Juan Lasheras

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