Tras mucho, muchísimo tiempo, y tras muchas experiencias,
vuelvo a escribir en este blog. Ha pasado más de un año desde que en septiembre
de 2011 escribiera por última vez aquí. Ha llovido desde entonces. Vaya que si
lo ha hecho.
No hay manera de resumir todo lo que me ha pasado. Lo único
que puedo hacer es decir que he aprendido en todo este tiempo. He aprendido a
ser yo mismo, he aprendido a sonreír en las fotos (sacando dientes, vaya) y me
he dado cuenta de cómo actuar ante la gente, la vida, y los problemas en
general. No hablo de problemas con respecto a exámenes, sino a los que la misma
vida te presenta, y que son fruto de tu propia culpa también.
Una novia, un amor de verano, y un Erasmus. Las dos primeras
terminaron, y el tercero está a punto, y me da una pena enorme. Pero no es eso
de lo que quiero hablar hoy. Tras esas dos primeras personas ha surgido en mi
una nueva forma de pensar, una forma de pensar que deja de lado el qué dirán,
para centrarse en la pura realidad, en lo que hay y lo que no hay.
Dicen que los actos nos definen, dicen que son nuestra
imagen y lo que el resto ve de nosotros. Pero qué difícil es que la gente vea
cómo eres si se pierde la mayoría de tu vida, ¿no? Algunas personas nos hemos
preocupado más por que la gente vea que somos de cierta manera, por miedo a que
se hagan ideas equivocadas de nosotros. Pero eso se acabó. Porque me he dado
cuenta de algo, y es que la gente que te conoce sabe como eres, y el resto no.
Y no se puede llegar a todos lados, ni justificarse con todo el mundo cuando
has hecho algo mal. Somos personas, cometemos errores y los que nos conocen no
lo verán como algo tremendo, sino como parte de esa persona con defectos que
somos. Tengo 21 años y me doy cuenta de esto ahora, si queréis reíros o
sorprenderos, estáis en vuestro derecho, pero las cosas claras: la gente madura
a su ritmo y se da cuenta de las cosas con mayor o menor facilidad. A mi me
cuesta en algunas cosas, y en otras no tanto.
Volviendo a esos errores que, como las manchas, enseñan a
vivir, he de reconocer que no sería quien soy ahora mismo de no ser por la
inmensa cantidad que he cometido. Errores buenos, digámoslo así, y errores
malos. Errores en los que yo soy la víctima, y errores en los que hay víctimas
por culpa de mis actos.
La gente, cuando seas tu quien los cometa, vendrá o no, te
dirá o recriminará, y yo ya me he dado cuenta de que la respuesta perfecta es
una sonrisa y un “pasó y punto, no siempre se pueden hacer las cosas bien”. Los
verdaderos amigos intentarán entender, o incluso no pretenderán entender porque
te conocen y saben cómo eres y los motivos por los que puedes cometer errores.
Y otra cosa importante es que saben que no sueles caer dos veces en la misma
piedra. Luego está ese grupo de gente que no te conoce y le da por opinar.
Existe en toda ciudad, pueblo, colegio, universidad… Está, no se puede hacer
nada contra ello. Y, que quede claro, contaminarán las mentes de aquellos que
se dejen, y esas personas no se acercarán, pero yo os digo otra cosa: quien
quiera acercarse se acercará, y sobre todo se acercará quien esté predicho que
se tenga que acercar. Nada escapa de los ojos de quien sea que nos esté
mirando, guiando y ayudando.
Si haces las cosas mal, no te preocupes, si eres de los que
se torturan por ello. Piénsalo de esta manera: has perdido, merecidamente, lo
que tanto te importaba por culpa de un error, ¿qué más castigo que eso? Has
cometido un error, te toca pedir perdón. Pedir perdón no es lo mismo que
arrastrarte, no porque no merezcas hacerlo, sino porque a esa persona a la que
le has hecho daño, si realmente te conoce y sabe cómo eres, no le gustará verte
arrodillándote. Y una cosa está clara, no te arrastras ante cualquiera. Ese es
un dato muy importante. Lo haces ante aquellas personas que sabes que merecen
la pena. Igual que te arrastras, si esas personas te hacen daño, no guardas
rencor, sino que perdonas a la primera, y en ocasiones tratas tú, sin tener por
qué, de solucionar las cosas.
En este punto hay que tener algo de cuidado, porque como
bien sabemos, está el bueno, y el tonto. El tonto se pasa de bueno, y le toman
el pelo. Experiencia no me falta para distinguir entre uno y otro.
Repito que nadie es perfecto, y que quien pretenda
parecerlo… Va mal. Lo bueno de cada uno es que nos salga hacer las cosas bien
con el resto porque sí, y no porque queramos aparentar. Hace poco me decía una
persona muy especial para mi que yo era perfecto, y yo no quise darle una lista
de errores porque no venía a cuento, y porque no quería asustarla. Lo estuve
pensando en mi habitación, y me di cuenta, y así se lo transmití, de que la perfección
que alguien puede ver de ti no es gracias a tu forma de ser, sino a lo que
recibes de esa persona en concreto o en general de la gente que decides
rodearte.
No sé dónde ponerle fin a este tema, así que quizás esté
cortando sin terminar, pero creo que por hoy es suficiente. Como moraleja…
Digamos que yo aconsejo conocerse a uno mismo, saber cómo eres y ver cómo son
tus verdaderos amigos contigo. Ojo, también hay que hacer autocrítica y no
dejarlo todo en manos de los amigos, que puede que no sean tampoco buen ejemplo
y nos estén permitiendo barbaridades. Obviamente qué no puedo omitir… La
familia. Ellos sí te conocen y los consejos que te den serán los más objetivos
del mundo, y sin intereses de ningún tipo.
Buenas tardes,
Juan
No hay comentarios:
Publicar un comentario