sábado, 8 de diciembre de 2012

Cuánto tiempo


Tras mucho, muchísimo tiempo, y tras muchas experiencias, vuelvo a escribir en este blog. Ha pasado más de un año desde que en septiembre de 2011 escribiera por última vez aquí. Ha llovido desde entonces. Vaya que si lo ha hecho.

No hay manera de resumir todo lo que me ha pasado. Lo único que puedo hacer es decir que he aprendido en todo este tiempo. He aprendido a ser yo mismo, he aprendido a sonreír en las fotos (sacando dientes, vaya) y me he dado cuenta de cómo actuar ante la gente, la vida, y los problemas en general. No hablo de problemas con respecto a exámenes, sino a los que la misma vida te presenta, y que son fruto de tu propia culpa también.

Una novia, un amor de verano, y un Erasmus. Las dos primeras terminaron, y el tercero está a punto, y me da una pena enorme. Pero no es eso de lo que quiero hablar hoy. Tras esas dos primeras personas ha surgido en mi una nueva forma de pensar, una forma de pensar que deja de lado el qué dirán, para centrarse en la pura realidad, en lo que hay y lo que no hay.

Dicen que los actos nos definen, dicen que son nuestra imagen y lo que el resto ve de nosotros. Pero qué difícil es que la gente vea cómo eres si se pierde la mayoría de tu vida, ¿no? Algunas personas nos hemos preocupado más por que la gente vea que somos de cierta manera, por miedo a que se hagan ideas equivocadas de nosotros. Pero eso se acabó. Porque me he dado cuenta de algo, y es que la gente que te conoce sabe como eres, y el resto no. Y no se puede llegar a todos lados, ni justificarse con todo el mundo cuando has hecho algo mal. Somos personas, cometemos errores y los que nos conocen no lo verán como algo tremendo, sino como parte de esa persona con defectos que somos. Tengo 21 años y me doy cuenta de esto ahora, si queréis reíros o sorprenderos, estáis en vuestro derecho, pero las cosas claras: la gente madura a su ritmo y se da cuenta de las cosas con mayor o menor facilidad. A mi me cuesta en algunas cosas, y en otras no tanto.

Volviendo a esos errores que, como las manchas, enseñan a vivir, he de reconocer que no sería quien soy ahora mismo de no ser por la inmensa cantidad que he cometido. Errores buenos, digámoslo así, y errores malos. Errores en los que yo soy la víctima, y errores en los que hay víctimas por culpa de mis actos.

La gente, cuando seas tu quien los cometa, vendrá o no, te dirá o recriminará, y yo ya me he dado cuenta de que la respuesta perfecta es una sonrisa y un “pasó y punto, no siempre se pueden hacer las cosas bien”. Los verdaderos amigos intentarán entender, o incluso no pretenderán entender porque te conocen y saben cómo eres y los motivos por los que puedes cometer errores. Y otra cosa importante es que saben que no sueles caer dos veces en la misma piedra. Luego está ese grupo de gente que no te conoce y le da por opinar. Existe en toda ciudad, pueblo, colegio, universidad… Está, no se puede hacer nada contra ello. Y, que quede claro, contaminarán las mentes de aquellos que se dejen, y esas personas no se acercarán, pero yo os digo otra cosa: quien quiera acercarse se acercará, y sobre todo se acercará quien esté predicho que se tenga que acercar. Nada escapa de los ojos de quien sea que nos esté mirando, guiando y ayudando.

Si haces las cosas mal, no te preocupes, si eres de los que se torturan por ello. Piénsalo de esta manera: has perdido, merecidamente, lo que tanto te importaba por culpa de un error, ¿qué más castigo que eso? Has cometido un error, te toca pedir perdón. Pedir perdón no es lo mismo que arrastrarte, no porque no merezcas hacerlo, sino porque a esa persona a la que le has hecho daño, si realmente te conoce y sabe cómo eres, no le gustará verte arrodillándote. Y una cosa está clara, no te arrastras ante cualquiera. Ese es un dato muy importante. Lo haces ante aquellas personas que sabes que merecen la pena. Igual que te arrastras, si esas personas te hacen daño, no guardas rencor, sino que perdonas a la primera, y en ocasiones tratas tú, sin tener por qué, de solucionar las cosas.
En este punto hay que tener algo de cuidado, porque como bien sabemos, está el bueno, y el tonto. El tonto se pasa de bueno, y le toman el pelo. Experiencia no me falta para distinguir entre uno y otro.

Repito que nadie es perfecto, y que quien pretenda parecerlo… Va mal. Lo bueno de cada uno es que nos salga hacer las cosas bien con el resto porque sí, y no porque queramos aparentar. Hace poco me decía una persona muy especial para mi que yo era perfecto, y yo no quise darle una lista de errores porque no venía a cuento, y porque no quería asustarla. Lo estuve pensando en mi habitación, y me di cuenta, y así se lo transmití, de que la perfección que alguien puede ver de ti no es gracias a tu forma de ser, sino a lo que recibes de esa persona en concreto o en general de la gente que decides rodearte.

No sé dónde ponerle fin a este tema, así que quizás esté cortando sin terminar, pero creo que por hoy es suficiente. Como moraleja… Digamos que yo aconsejo conocerse a uno mismo, saber cómo eres y ver cómo son tus verdaderos amigos contigo. Ojo, también hay que hacer autocrítica y no dejarlo todo en manos de los amigos, que puede que no sean tampoco buen ejemplo y nos estén permitiendo barbaridades. Obviamente qué no puedo omitir… La familia. Ellos sí te conocen y los consejos que te den serán los más objetivos del mundo, y sin intereses de ningún tipo.

Buenas tardes,


Juan

No hay comentarios:

Publicar un comentario