La vida es una
carretera mayoritariamente inexplorada. Un camino que recorremos hacia delante.
No están permitidos los trayectos en sentido contrario y, como mucho, puedes
pararte, echar la vista atrás, y ver el suelo que has pisado, y todo lo que hay
a su alrededor. Nada de lo que hagas podrá hacer cambiar lo ya vivido, si bien
todo forma parte de la experiencia, y del saber.
Nuestros pasos
solamente tienen una dirección, nos guste o no. Yo creo que a mí, como mínimo,
me quedan 60 años vagando por esa carretera.
Y sé que me voy a
encontrar zonas de la carretera con baches, grietas, y que será más tedioso pisar
sobre ese suelo. También sé que, a su alrededor, encontraré campos muertos, con
la hierba seca por culpa de las condiciones climatológicas. Demasiado sol, si
no llueve para refrescar, acaba matando todo rastro de vida.
Otras zonas serán
cuesta arriba, difíciles de subir, y donde notaré que se me agotan las fuerzas.
Ahí me tocará mentalizarme de que, una vez en la cima, todo mi esfuerzo se verá
recompensado por las vistas que tendré, y porque otra parte del camino será,
necesariamente, cuesta abajo. Hace falta que me aprovisione bien para ese tramo
del camino, porque de lo contrario dejaré parte de mi mismo por el camino, y perderé
el equilibrio.
También imagino
que habrá tramos llanos, con la carretera en perfecto estado, y donde lo que me
rodeará serán verdes praderas, dignas de observar y en las que detenerse para
respirar el aire fresco. Me llenará tanto y me gustará de tal manera que, si es
posible, me quedaré ahí quieto, o soñaré con que todo lo que venga después sea
similar.
Pero hay que
tener cuidado. El camino está todavía por construir, y somos cada uno de
nosotros los que podemos gestionar cómo va a ser. Habrá circunstancias
imprevisibles que puedan deteriorar el camino y hacerlo más difícil de
recorrer, pero con una buena organización, y sobre todo, con una idea clara de
hacia dónde queremos llegar y cuál es la meta, recorreremos todos los tramos
con cuidado, y con una sonrisa amplia en la cara.
Para recorrer
todos esos tramos, necesitaremos un vehículo. Partimos de la casilla de “salida”
con un carrito, empujados por nuestros padres. Durante un par de años, todo lo
que vemos es perfecto, porque no nos toca evaluar nada ni gestionar los riesgos
que se pueden presentar. Vivimos como reyes.
Luego ya empiezas
a tener que andar, porque te apetece, y porque tus padres te dicen que empieces
a dejar de vivir del cuento, que los otros niños ya andan solos. Te aguantas,
te pones de pie, y empiezas a dar pasito tras pasito. Y te gusta. Es divertido.
Pero es la primera experiencia, y cuesta, porque cualquier inicio de algo genera un
poco de miedo e incertidumbre. Te subes al triciclo o a la bici y sigues tu
camino.
Conforme vas
creciendo, y sobre todo cuando llegas a una edad en la que eres consciente de
que estás haciendo algo importante, coges un coche. Podría ser una moto, pero como seguro que el tiempo será duro durante partes del trayecto, mejor un coche. Te
sacas el carné, y luego a por el coche. Lo quieres llenar de complementos, y
empiezas a meter de todo. Pero te das cuenta después de arrancarlo y andarlo
unos kilómetros de que eso no tiene pinta de que vaya a llevarte a ningún lado.
Los complementos que has metido suponen más una traba que una ayuda. ¿Cómo
puede ser si cuando iba en bici me venían genial? A veces pasa, y toca empezar
a deshacerte de ellos y sustituirlos por otros.
Quiero hacer
especial hincapié en esto, los complementos. Representan a las personas que te
acompañan en el viaje. Así es como la gente entra y sale de tu vida. Hace años
escribí una entrada similar, donde expresaba que hay que tomar la determinación,
en ciertos momentos, de deshacerse de personas que, si bien han aportado algo a
tu vida, su ciclo ya está completado, y tienes que dejarlas marchar, o a veces
darles una patada en el pompis y que se vayan. Pero siempre guardando un
recuerdo agradable, y sin haberlas utilizado para fines egoístas.
Sobre la elección
de estos “complementos” se construye el coche. Son, por ejemplo, las ruedas, el
combustible, los asientos, o incluso la radio. Todo tiene que ayudar a que el
viaje sea muy agradable. Porque lo único que elegimos es el medio de
transporte. Y si podemos, que sea lo más cómodo posible. Si se pincha una
rueda, la cambias. Si se estropea un asiento, pones otro en su lugar, y si la
radio está estropeada, la arreglas o la cambias. No obstante, no hay que tirar
todo a la primera de cambio. Pero hay veces que sabes perfectamente que algo no
puede arreglarse, y que te evitas tiempo y problemas si lo cambias y dejas de
pensar en ello.
Elegir con
cuidado qué metemos en el coche es algo fundamental. Pero no te preocupes si te
equivocas, siempre estás a tiempo de hacer cambios. No tienes ninguna prisa por
llegar a tu destino, que no está escrito más que por ti. Por eso, haz pruebas,
ponle una cosa, quítale otra… No te preocupes si ves que algo parece que
funciona pero luego deja de hacerlo. Es normal. Nadie sabe a ciencia cierta qué funciona con
seguridad, salvo un elemento: la familia. No quiero entrar en esto, pero la
familia es imprescindible, y lo que nunca fallará. Es como una grúa, que vendrá
a ayudarnos a resolver los problemas. Siempre la tendrás ahí.
¿Cómo saber qué
encaja en tu coche? Es simple, aunque a veces queramos hacerlo más complicado.
Por ejemplo, si tienes una rueda cuadrada, por muy bonita que te parezca y muy
chula, salvo que la metas en el maletero y la dejes ahí para siempre,
suponiendo una carga, no va a servirte para nada. Eso, tíralo. Tu coche tiene
que ser como un pequeño LEGO: las piezas pueden ser de distintos colores y
formas, pero tienen que encajar unas con otras. La pieza que no encaje, mírala
bien, analízala, estudia si puedes colocarla en algún otro sitio, y si no…
Déjala por el camino. Pero déjala en su estado original. Quizás pase alguien
después y pueda aprovecharla para su coche.
Pasarán años, y
si haces una foto al inicio y otra durante el recorrido, te darás cuenta de que
el coche ha cambiado, de que no es como el original, pero te alegrarás de saber
que te lleva a tu destino, y, lo que es más importante, de que hay algo que, pase el tiempo que pase,
siempre aparece en la foto: tú.
Toma todas las
decisiones que quieras, sabiendo desde el principio que lo importante es que
vayas recorriendo la vida de la mejor manera posible. Tú eres lo importante de
esta historia, de este viaje. El resto de “complementos” son prescindibles.
Conduce tú, y gestiónate tú. No dejes que nada te ciegue, ni que te
entorpezca en tu ruta. Si ves que algo no va a funcionar, por mucha pena que te
dé tirarlo o no poder usarlo más… Piensa que si decides dejar esa pieza en tu
coche, te vas a quedar parado.
Déjate llevar por la intuición a la hora de recoger piezas por el camino. Si ves algo que parece muy útil pero algo en tu interior te dice que eso te va a dar más tristezas que alegrías, pasa de largo. Si lo coges y te equivocas, habrá sido un lastre.
Solo tenemos una
vida, y tenemos que vivirla felices. Todo lo malo, fuera. Todo lo bueno, con
nosotros. Siente el coche, y localiza los problemas. Nunca olvides que tu
camino lo haces y recorres tú, por favor.
Juan Lasheras
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